Primero
tendrá que superar el gesto inhibitorio de la imagen de Sarmiento,
que no por casualidad se halla adelante, arriba del pizarrón de cada aula,
demostrando su vanidoso verticalismo.
Segundo
deberá poseer valentía para despojarse de toda voluntad burocrática que lo lleve a insinuar, pretender, ubicarse en algún cargo como dirigente gremial
u ocupar un despacho dentro de la hipocresía administrativa.
Tercero
cargará con el compromiso de abrir menos manuales y de cerrar más conceptos liberadores.
Cuarto
en matemática deberá asumir la responsabilidad de saber que el desorden de los factores puede modificar el producto, si se suma de uno en uno y se multiplica de a cientos.
Si no alcanzare, como siempre, la más exacta, algebraica e insurgente posibilidad
es la de recurrir a los palotes.
Quinto
obtendrá resultados exactos en geometría trazando rectas horizontales, círculos como platos, triángulos invertidos y cuadrados con ventanas y chimenea.
Sexto
la lengua deberá contemplarla con oídos; el alfabeto, con palabras generadoras;
la sintaxis, con menos reglas y más necesidades
y la semántica, con significados emergentes y sentidos superadores.
Séptimo
con la vara de la historia deberá entender los procesos políticos y culturales.
Si los contextos históricos no incluyen a los nadie,
tendrá la enorme responsabilidad de transformarla.
Entendiendo sin sujeciones el pasado, concibiendo con conciencia crítica el presente
y construyendo con éste y aquél, urgente, el futuro.
Octavo
partiendo de la praxis, teorizando la realidad
y retornando a la experiencia para enriquecerla, honrará a la filosofía,
sin necesitar de la odiosa tesis misticista
y comprendiendo la materia como una construcción colectiva y humana.
Noveno
en cuanto a la geografía, es simple.
Deberá borrar toda frontera divisoria, trazar una línea imaginaria a la altura del Ecuador
y situar en el hemisferio Norte a las clases opresoras y a su subrogante: la burguesía,
y en el hemisferio Sur, a las clases populares.
Allí recién comprenderá que al mundo se lo puede reconocer
por dos banderas muy bien denotadas y diferenciadas.
Una, que reúne capitales y otra que sólo concibe barrios.
Décimo
si al cumplir los puntos anteriores se da cuenta que el guardapolvo
no es más que un uniforme que sirve para no ensuciarse la ropa,
pero que a la vez el que se ensucia es éste,
empezará a comprender que algo deberá modificarse para que ambos luzcan limpios.
Undécimo
verá que también hay cientos de guardapolvitos que son, como el suyo,
uniformes que sirven para no ensuciar las ropitas,
pero que a la vez los que se ensucian son los cientos de guardapolvitos.
Entonces a partir de allí comprenderá que ya es su deber modificar la realidad
para que el guardapolvo y los guardapolvitos, la ropa y las ropitas, luzcan limpios.
Duodécimo
mientras va limpiando todo lo que se ensucia comenzará a tomar conciencia
que no todo lo que reluce es limpio.
Entonces se librará de ataduras, se atará a libertades, desaprenderá lo aprendido,
enseñará su aprendizaje nuevo, aprenderá a ser enseñado
y recién allí entenderá que para ser un buen maestro hay que ser un mejor alumno.
Quiero decir, entonces, que hay que transformar la escuela que respiramos.
¿Cómo? Cambiando la respiración de la educación.
Por Gustavo Calle
Director Periodístico de NdR Radio FM 103.9